Me desperté cuando ni siquiera los rayos del sol se colaban por la ventana. Mientras decidía si levantarme o no, me quedé distraída mirándolo. Estaba precioso dormido, el cansancio le hacía entreabrir levemente la boca y sus brazos flacos hacian ver su aspecto de niño travieso. No se cuanto tiempo pasé así, mirándolo y acariciándolo. Me levanté después de besarlo, pensé que tal vez tendría hambre después de todo lo que había pasado la noche anterior. Creo que aún estaba borracho, no había señales de resaca por ningún sitio pero la euforia todavía se me hacía evidente. Terminé de estirarme y me dispuse a preparar algo de comer. Todavía tenía en mente todo lo que había pasado el día de antes, mi terrible trabajo, la sensacion de mis nudos en el estomago, al no poder cumplir con mis objetivos de ventas y de cómo terminé la noche con ese muchacho casi desconocido; mi pequeño barbajan y seductor. Recuerdo que aquella noche sonrei a alguien, con tan buena suerte que acabé pidiéndole que viniera conmigo a casa. Inmersa en la pareja química, el estaba como loco con el descubrimiento, y fue entonces cuando miré a mi alrededor por lo extraño de la situación y todo cobró sentido. Detrás de la dulzura que transmitía su gesto tímido sólo podía ver sus ojos radiantes, su mirada, poderosa como pocas he visto, era la voz que salvo en confianza mi estres cotidiano. No sentía otra cosa en ese momento que no fuera el impulso de amarlo… hasta ese mismo instante no me había percatado de lo que el significaba para mi, ni de la complicidad que existía entre nosotros. El resto de la noche se convirtió en el marco de nuestro juego; tras dejarlo consumir mi cuerpo, ni las malditas copas dominadoras pudieron evitar lo inevitable....
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